Un tributo a ET, buen manejo de los efectos especiales. Recomendable de ver.
Una crítica de la película extraída de acá:
Empezó a despuntar en la década de los setenta, y en los ochenta ya se había ganado el título de “el Rey Midas de Hollywood”.
Sí, Steven Spielberg, ese cineasta que con “Tiburón” demostró que el cine comercial podía ser de calidad y, además, hiper taquillero, pasó a convertirse en una de lasmás poderosas e influyentes figuras de la industria cinematográficade Hollywood no sólo en su labor como director sino también en la de productor.
Gracias a esta última faceta le debemos películas que han marcado la infancia/adolescencia de toda una generación: “Gremlins”, “Los Goonies”, “Regreso al futuro” “El chip prodigioso”, “El secreto de la pirámide”, “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”, “Nuestros maravillosos aliados” (tristemente muy olvidada) o “Poltergiest son algunas de las más memorables y recordadas. Además fue también el impulsor de una de las series televisivas más entrañables de la época: “Cuentos asombrosos”.
A todos nos emociona recordar estas joyitas exponentes de lo que fue el cine de los 80 y de cómo debía de ser el buen cine de entretenimiento. Y es que al fin y al cabo, esa fue una década gloriosa para el cine comercial (a tanto remake actual me remito), sabiendo aunar calidad y originalidad, dos aspectos fundamentales (especialmente el primero) que día de hoy escasean como el hielo en el desierto.
Y aunque actualmente Spielberg no sea ni la sombra de lo que una vez fue (al menos como productor), aún hay quién se acuerda con cariño y admiración de todo ese cine setentero y ochentero del que fue responsable y que tanto nos marcó.
Quizás por ese motivo, y porque está encantado de haberse conocido, el director/productor/guionista haya decidido avalar el proyecto de otro director/productor/guionista llamado J.J. Abrams, muy popular gracias a sus series para televisión (entre ellas, Perdidos, como no), y que ha decidido rendir homenaje a todo ese cine a través de su última incursión tras las cámaras.
En el verano de 1979, un grupo de jóvenes de un pequeño pueblo de Ohio son testigos de un choque de trenes catastrófico mientras ruedan una película casera en Super 8. Cuando empiezan a sucederse una serie de desapariciones irregulares y eventos inexplicables, los chicos sospecharán que hay gato encerrado tras el accidente y tratarán de descubrir la verdad.
Al margen de la mayor o menor calidad de sus producciones, si algo sabe hacer Abrams a la perfección es captar nuestra atención gracias, sobre todo, al buen manejo de la publicidad y sus campañas virales. Obviamente, eso es algo que también puede jugar en su contra y pasarle factura, como le ocurrió con “Monstruoso” (película que produjo), donde creó unas elevadas expectativas que luego muchos (entre los que no me incluyo) no vieron satisfechas.
De todas formas, el caso de Super 8 es muy diferente, ya que juega con unelemento aún más poderoso: la nostalgia.
La película rinde homenaje al cine de Spielberg con la mirada puesta muy especialmente en ‘E.T. El Extraterrestre’, y reconstruye ambientes, lugares, situaciones y personajes que forman parte de ese colectivo de películas antes mencionadas.
En este caso, nos encontramos ante un film familiar en donde los principales protagonistas son los niños, quedando los adultos en un segundo plano.
La pandilla de amigos está unida por una misma afición, el cine. Juntos deciden rodar una película (atención al género al que pertenece y, por ende, al director homenajeado) con su cámara de vídeo de 8mm, y cada uno tiene su función: Joe, el más callado del grupo (y que recientemente ha perdido a su madre en un terrible accidente), se encarga del maquillaje; Charles, el comilón, es el director y guionista de la película; Cary, el flipado de los petardos, se encarga de los efectos especiales; Martin interpreta al valiente protagonista, aunque en la vida real es bastante miedica; Preston forma parte también del reparto; y finalmente está a Alice, a la que convencen para participar como la partenaire de Martin.
Los seis se dirigen, de madrugada, a la estación de tren del pueblo para rodar una de las escenas dramáticas de su película. Allí serán testigos del brutal accidente ferroviario que será el desencadenante de los extraños incidentes que se irán produciendo a posteriori.
Jackson Lamb, el padre de Joe y ayudante del sheriff, también empecerá a sospechar que algo raro está ocurriendo cuando el ejército tome el pueblo sin que le den explicaciones convincentes de lo que está ocurriendo.
En ese preciso instante es cuando Abrams juega sabiamente con los elementos a los que referencia pero introduciendo poco a poco el factor “bicho malo” a medida que el misterio se va esclareciendo.
De este modo, nos planta una especie de monster-movie mezclada con la aventura juvenil pura y dura. Y todo aderezado con unas pinceladas dramáticas (muy sutilmente introducidas al inicio) que se centran sobre todo en el conflicto personal que implica a Joe y Alice, la pareja protagonista, y sus respectivos padres (Jackson y Louis Dainard, éste último algo así como el borracho del pueblo)
Durante este tiempo, la película funciona de maravilla, consiguiendo que le cojamos cariño a los jovenzuelos y creando en nosotros una notable incertidumbre hacia la carga que transportaba el accidentado tren. Y ahí hay que destacar de nuevo la capacidad de Abrams por haber mantenido bien oculta no sólo la apariencia del monstruo (tanto antes del estreno de la película como en el transcurso de la misma) sino también el verdadero rumbo que toma la trama.
Sin embargo, la sensación general es que va de más a menos.
Justo cuando la acción cobra protagonismo, algunas decisiones del guión empiezan a chirriar un poco… El enfrentamiento entre Joe y Charles del que bien se podría haber prescindido (o justificarlo con otro causa); el conflicto entre Jackson y Louis que se resuelve de un plumazo y de forma bastante ingenua; o la secuencia heroica entre Joe y el monstruo, que resulta un tanto inverosímil (SPOILER — cuesta de creer que el alienígena, cabreado como está y que no duda en secuestrar y cepillarse a quién sea sin importar su edad o su sexo, se plante a escuchar las razonables palabras de un crío al que está a punto de hacer pedacitos, sin que antes el guionista –el propio Abrams- haya decidido establecer un vínculo entre el niño y la bestia, cosa que sí justificaría semejante resolución — FIN SPOILER).
De todas formas, estos detalles no empañan el resultado final, si bien, en mi opinión, el conjunto no resulta tan emocionante como cabría esperar. ¿Por qué? Bueno, porque los ochenta fueron una época maravillosa pero única, y por mucho cariño y sentido del homenaje que se ponga, es muy difícil copiar una fórmula que era fruto del momento y que en gran parte funcionaba gracias a la inocencia y capacidad de sorprenderse del espectador, algo que hoy en día es mucho menos frecuente.
También porque la copia, entre comillas, es difícil que transmita las mismas sensaciones que la original, ya que aquí no se está jugando con la novedad sino con la repetición y, por ende, con el factor nostálgico.
Precisamente es esa nostalgia la que está influyendo sobremanera en las opiniones vertidas sobre la película y la que probablemente esté inflando tanto las críticas más allá de sus verdaderos logros. Cierto que Super 8 nos transporta hacia una/s década/s mágica/s, y que rescata al niño más o menos impresionable que llevamos dentro, pero el resultado final no es ni mucho menos tan sumamente sublime y fascinante como se nos pinta.
Es un estimable y entrañable entretenimiento, sin duda alguna, y sus aciertos están ahí, pero recomendaría ajustar un poco las expectativas para disfrutar plenamente de ella y, sobre todo, para valorarla luego en su justa medida.
Dicho esto, hay que destacar secuencias espectaculares como el accidente de tren (rodada desde el punto de vista de los niños y, por tanto, nada que ver con la versión mostrada en el primer teaser tráiler), y otras que son muy “spielberianas”, como el intenso tramo que transcurre en el autobús con los militares y los niños; muy deudor de la saga jurásica.
Gran parte de las escenas en las que interactúan los niños logran nuestra inmediata empatía gracias especialmente al buen hacer de su reparto (todos los críos están muy naturales, sin que resulten repelentes, como suele ser habitual) Y aquí habría que hacer un breve inciso para destacar aEllen Fanning, que se come la cámara con prácticamente cada escena, dejando muy atrás a sus compañeros. Y es que se nota que las Fanning llevan la interpretación en las venas, aunque esperemos que la -ya no tan- pequeña Ellen no se desvíe cuando alcance la adolescencia en su plenitud y sepa elegir bien sus futuros trabajos para labrarse una buena carrera como actriz.
El reparto adulto está exento de grandes figuras de Hollywood, lo que ayuda a no eclipsar a la chavalería. Pero lo importante es que entre sus filas hay gente tan cumplidora como Kyle Chandler o Noah Emmerich, y con eso es suficiente (aunque se eche de menos mayor protagonismo del que Abrams les otorga)
En temas más técnicos, la película cumple sobradamente a la hora de ambientarnos a finales de la década de los 70, y además los efectos especiales son competentes. La banda sonora (con ecos a lo Cloverfield y E.T.) del siempre genial Giacchino es excelente… si se escucha por separado, ya que durante la película pasa un poco desapercibida, en parte porque se recurre frecuentemente a temas musicales de la época (muy bien escogidos, eso sí, como el Don’t Bring Me Down de ELO)
En resumidas cuentas, “Super 8” es una apreciable y entretenida aventura familiar con un puntito más terrorífico que de costumbre y que de paso nos habla también de la amistad y del primer amor, así como del miedo a lo desconocido y del peso de la culpa.
Pero ante todo, es un ejercicio de nostalgia en toda regla que homenajea al cine de la factoría Amblin. Y esa su mayor valía junto a su sencillez.
P.D.: Imprescindible quedarse durante los créditos finales.
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