18 oct 2010

Jeff Beck - You Had It Coming



Editado el 2000, en este disco Beck fusiona el rock instrumental con dance. Una muy buena mezcla que vale la pena escuchar.

01. Earthquake
02. Roy's Toy
03. Dirty Mind
04. Rollin' and Tumblin'
05. Nadia
06. Loose Cannon
07. Rosebud
08. Left Hook
09. Blackbird
10. Suspension

Las canciones que me gustaron son:

Nadia


Rosebud


Blackbird

No hay lugar para los débiles


Tomado de acá

Zona fronteriza de Texas. Años ochenta. Llewelyn Moss (Josh Brolin) un vaquero sin tierra, dedicado a los trabajos de soldadura para sobrevivir, encuentra, mientras intenta dar caza a un antílope en el desierto, tres camionetas rodeadas por varios hombres muertos, en lo que parece ser una fallida transacción entre narcotraficantes mexicanos. 

En la parte trasera de uno de los vehículos hay un cargamento de heroína en ladrillo y no muy lejos de ahí, un maletín con 2 millones de dólares, el dinero del acuerdo que Moss no duda en tomar, pero que los verdaderos dueños tampoco están dispuestos a perder.

Éste podría ser apenas el inicio de un thriller convencional, pero no es así. En esta historia aún nos faltan dos elementos, uno de ellos, Anton Chigurh (Javier Bardem), uno de los peores hijos de puta que haya dado el cine de los últimos años.

Habrá quien diga que es la violencia, la sangre fría, acaso la masacre sin misericordia llevada a cabo por Bardem en esta cinta, lo que la hará memorable; que los grandes asesinos cinematográficos atraen por su ambigüedad moral y que este Anton Chigurh es tan jodidamente bueno que no podría tener parte alguna con el bien ni el mal, aunque intentara encasillársele

De ahí que muchos no entenderán por qué el actor español ha recibido una nominación al Oscar como mejor actor de reparto, cuando él, y nadie más, parece ser el protagonista de esta historia.

Será porque en realidad no lo es.

Si algún personaje es la esencia de Sin lugar para los débiles —quienes tradujeron el título no parecen haber entendido su sentido en inglés—, ese es el buen sheriff Bell (Tommy Lee Jones), un hombre a punto del retiro, que representa a la ley pero cuya autoridad para detener una nueva masacre es apenas equiparable a la de una moneda lanzada al aire.

Nada en todo el filme es tan apabullante como el sentimiento de desesperanza que genera la tardía llegada de la ley. El sueño ha fracasado; no basta con que existan hombres decentes para detener a los imparables dueños de las calles, siempre más violentos y más determinados que cualquier cuerpo policiaco o estatuto de gobierno.

La crudeza con que los hermanos Coen han decidido marcar este filme —más allá del sarcasmo derrotista que asoma en pasajes enteros— viene quizás de la propia novela de Cormac McCarthy, que cambia el esquema del hombre decente y pertinaz que trabaja para llevar a un solo delincuente ante la justicia, por la simple nostalgia del hombre ante un mundo cambiante.

Tal como sucede en las primeras líneas del libro, al inicio de la cinta, voz en off, el sheriff Bell recuerda haber enviado con su testimonio, a la cámara de gas, al irreformable asesino de una niña de 14 años: "Creía que nunca conocería a una persona así y eso me hizo pensar si el chico no sería una nueva clase de ser humano".

Es el fatalismo, y no Anton Chigurh, el eje de este relato. Por eso, el final de esta película llega sin avisar, apabullante, sin que sepamos muy bien de dónde viene cada uno de estos personajes y exactamente dónde terminarán.

17 oct 2010

Mumford and Sons - After the storm



En inglés

And after the storm,
I run and run as the rains come
And I look up, I look up,
on my knees and out of luck,
I look up.

Night has always pushed up day
You must know life to see decay
But I won't rot, I won't rot
Not this mind and not this heart,
I won't rot.

And I took you by the hand
And we stood tall,
And remembered our own land,
What we lived for.

And there will come a time, you'll see, with no more tears.
And love will not break your heart, but dismiss your fears.
Get over your hill and see what you find there,
With grace in your heart and flowers in your hair.

And now I cling to what I knew
I saw exactly what was true
But oh no more.
That's why I hold,
That's why I hold with all I have.
That's why I hold.

I will die alone and be left there.
Well I guess I'll just go home,
Oh God knows where.
Because death is just so full and mine so small.
Well I'm scared of what's behind and what's before.

And there will come a time, you'll see, with no more tears.
And love will not break your heart, but dismiss your fears.
Get over your hill and see what you find there,
With grace in your heart and flowers in your hair.

And there will come a time, you'll see, with no more tears.
And love will not break your heart, but dismiss your fears.
Get over your hill and see what you find there,
With grace in your heart and flowers in your hair.


En Español

Y después de la tormenta
Corro y corro cuando llegan las lluvias
Y busco, y busco
de rodillas y sin suerte,
Busco

La noche siempre ha empujado al día
Debes conocer la vida para ver la decadencia
Pero no me pudriré, no me pudriré
Ni esta mente, ni este corazón
no me pudriré.

Y tomé tu mano
y nos mantuvimos firmes,
y recordamos nuestra propia tierra,
la que vivimos.

Y llegará un momento, verás, sin más lágrimas.
Y el amor no romperá tu corazón, pero disolverá tus miedos
Vence tu colina, y ve lo que encuentras ahí.
Con elegancia en tu corazón y flores en tu cabello.

Y ahora me aferro a lo que sabía
Vi exactamente lo que era cierto.
Pero, oh no más.
Por eso tengo.
Por eso tengo lo que tengo.
Por eso tengo.

Moriré solo y quedaré ahí
Bueno, supongo que iré a casa.
¡Oh, Dios sabe dónde!
Porque la muerte es tan completa y lo mio tan pequeño,
Bueno, yo tengo miedo de lo que hay detrás y de lo que hay antes.

Y llegará un momento, verás, sin más lágrimas.
Y el amor no romperá tu corazón, pero disolverá tus miedos
Vence tu colina, y ve lo que encuentras ahí.
Con elegancia en tu corazón y flores en tu cabello.

Y llegará un momento, verás, sin más lágrimas.
Y el amor no romperá tu corazón, pero disolverá tus miedos
Vence tu colina, y ve lo que encuentras ahí.
Con elegancia en tu corazón y flores en tu cabello.



PJ Harvey - Stories From The City, Stories From The Sea


y me siento como algún pájaro del paraíso,
mi mala fortuna huyendo lejos,
y siento la inocencia de un niño,
todo el mundo tiene algo bueno que decir

Un buen álbum de PJ Harvey, suena hermoso y luminoso, a diferencia de los anteriores. Muy recomendable de escuchar.

01. Big Exit
02. Good Fortune
03. A Place Called Home
04. One Line
05. Beautiful Feeling
06. The Whores Hustle and the Hustlers Whore
07. This Mess We're In (featuring Thom Yorke)
08. You Said Something
09. Kamikaze
10. This Is Love
11. Horses in My Dreams
12. We Float

Algunas canciones que me gustaron

Good Fortune


This is love



This Mess Were In

Vernor Vinge - Relatos


Dos cuentos de este extraordinario autor de Ciencia Ficción. Escribe muy poco, pero sus libros son de una calidad superior.

Ha ganado prácticamente todos los premios del área con un producción bastante modesta.

Ernesto Sabato - Antes del fin



La vida de Ernesto Sábato, contada por él mismo. Sus impresiones, esperanzas, desazones, la gente que amó y que conoció, la muerte, su militancia, dudas y sufrimientos reunidas en un pequeño libro que se lee de un tirón.

El libro oscila entre la esperanza y la desazón, pero siempre honesta, escrita con la sabiduría que dan los años y la cercanía de la muerte.

Reseña

Oscilando entre la desesperación y la fe, nos entrega en este libro su valor, su persistencia incorruptible, su pasión y su lucha ante las adversidades, la solidaridad de cada gesto suyo con los más desposeídos, su total entrega al arte y su permanente esperanza en los jóvenes: "A pesar de las atrocidades ya a la vista, el hombre avanza perforando los últimos intersticios donde genera la vida". El mítico Parque Lezama, la infancia y los años de juventud, los recuerdos felices y los abrumadores, Matilde y la muerte de Jorge, la difícil decisión de abandonar la ciencia, los interrogantes sobre la existencia de Dios, los desastres de la clonación y los productos radioactivos, los excluidos del sistema, el consumo visto como sustituto del Paraíso, la robotización del hombre, desfilan por estas páginas. Testimonio, epílogo, legado, testamento espiritual: Ernesto Sabato, como un Kafka de fin de siglo, indaga sobre la perplejidad y el desconcierto del hombre contemporáneo arrojado a un universo duro y enigmático.

Fragmentos

A medida que nos acercamos a la muerte, también nos inclinamos hacia la tierra. Pero no a la tierra en general sino a aquel pedazo, a aquel ínfimo pero tan querido, tan añorado pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia. Y porque allí dió comienzo el duro aprendizaje, permanece amparado en la memoria. Melancólicamente rememoro ese universo remoto y lejano, ahora condensado en un rostro, en una humilde plaza, en una calle.


Siempre he añorado los ritos de mi niñez con sus Reyes Magos que ya no existen más. Ahora, hasta en los países tropicales, los reemplazan con esos pobres diablos disfrazados de Santa Claus, con pieles polares, sus barbas largas y blancas, como la nieve de donde simulan que vienen. No, estoy hablando de los Reyes Magos que en mi infancia, en mi pueblo de campo venían misteriosamente cuando ya todos los chiquitos estábamos dormidos, para dejarnos en nuestros zapatos algo muy deseado; también en las familias pobres, en que apenas dejaban un juguete de lata, o unos pocos caramelos, o alguna tijerita de juguete para que una nena pudiera imitar a su madre costurera, cortando vestiditos para una muñeca de trapo.

Hoy a esos Reyes Magos les pediría sólo una cosa: que me volvieran a ese tiempo en que creía en ellos, a esa remota infancia, hace mil años, cuando me dormía anhelando su llegada en los milagrosos camellos, capaces de atravesar muros y hasta de pasar por las hendiduras de las puertas —porque así nos explicaba mamá que podían hacerlo—, silenciosos y llenos de amor. Esos seres que ansiábamos ver, tardándonos en dormir, hasta que el invencible sueño de todos los chiquitos podía más que nuestra ansiedad. Sí, querría que me devolvieran aquella espera, aquel candor. Sé que es mucho pedir, un imposible sueño, la irrecuperable magia de mi niñez con sus navidades y cumpleaños infantiles, el rumor de las chicharras en las siestas de verano. Al caer la tarde, mamá me enviaba a la casa de Misia Escolástica, la Señorita Mayor; momentos del rito de las golosinas y las galletitas Lola, a cambio del recado de siempre: «Manda decir mamá que cómo está y muchos recuerdos». Cosas así, no grandes, sino pequeñas y modestísimas cosas.

Sí, querría que me devolvieran a esa época cuando los cuentos comenzaban «Había una vez...» y, con la fe absoluta de los niños, uno era inmediatamente elevado a una misteriosa realidad. O aquel conmovedor ritual, cuando llegaba la visita de los grandes circos que ocupaban la Plaza España y con silencio contemplábamos los actos de magia, y el número del domador que se encerraba con su león en una jaula ubicada a lo largo del picadero. Y el clown, Scarpini y Bertoldito, que gustaba de los papeles trágicos, hasta que una noche, cuando interpretaba Espectros, se envenenó en escena mientras el público inocentemente aplaudía. Al levantar el telón lo encontraron muerto, y su mujer, Angelita Alarcón, gran acróbata, lloraba abrazando desconsoladamente su cuerpo.

Lo rememoro siempre que contemplo los payasos que pintó Rouault: esos pobres bufones que, al terminar su parte, en la soledad del carromato se quitan las lentejuelas y regresan a la opacidad de lo cotidiano, donde los ancianos sabemos que la vida es imperfecta, que las historias infantiles con Buenos y Malvados, Justicia e Injusticia, Verdad y Mentira, son finalmente nada más que eso: inocentes sueños. La dura realidad es una desoladora confusión de hermosos ideales y torpes realizaciones, pero siempre habrá algunos empecinados, héroes, santos y artistas, que en sus vidas y en sus obras alcanzan pedazos del Absoluto, que nos ayudan a soportar las repugnantes relatividades.

En la soledad de mi estudio contemplo el reloj que perteneció a mi padre, la vieja máquina de coser New Home de mamá, una jarrita de plata y el Colt que tenía papá siempre en su cajón, y que luego fue pasado como herencia al hermano mayor, hasta llegar a mis manos. Me siento entonces un triste testigo de la inevitable transmutación de las cosas que se revisten de una eternidad ajena a los hombres que las usaron. Cuando los sobreviven, vuelven a su inútil condición de objetos y toda la magia, todo el candor, sobrevuela como una fantasmagoría incierta ante la gravedad de lo vivido. Restos de una ilusión, sólo fragmentos de un sueño soñado.

Adolescente sin luz, tu grave pena llorás, tus sueños no volverán, corazón, tu infancia ya terminó.
La tierra de tu niñez quedó para siempre atrás sólo podés recordar, con dolor, los años de su esplendor. Polvo cubre tu cuerpo, nadie escucha tu oración, tus sueños no volverán, corazón, tu infancia ya terminó.
[...]
La gravedad de la crisis nos afecta social y económicamente. Y es mucho más: los cielos y la tierra se han enfermado. La naturaleza, ese arquetipo de toda belleza, se trastornó.

Nuestro planeta se encuentra en estado desolador, y si no se toman medidas urgentes va en camino de ser inhabitable en poco más de tres o cuatro décadas. El oxígeno disminuye de modo irreversible por el ácido carbónico de autos y fábricas, y por la devastación de los bosques. El hombre necesita de los árboles para vivir. Parecen no saberlo o no importarles a quienes están talando las selvas del Amazonas y las grandes reservas del mundo. Los países desarrollados producen cuatrocientos millones de toneladas por año de residuos tóxicos: arsénico, cianuro, mercurio y derivados del cloro, que desembocan en las aguas de los ríos y los mares, afectando no sólo a los peces, sino también a quienes se alimentan de ellos. Sólo unos pocos gramos de intoxicación son mortales para el ser humano.

Corremos el riesgo de consumir vegetales rociados con plaguicidas que dañan al hígado y a los riñones y producen desórdenes sanguíneos, leucemia, tiroidismo; afectan también al sistema nervioso central y a los ojos. Entre esos plaguicidas se encuentra el terrible veneno llamado «agente naranja».

Los científicos aún no nos han explicado de qué manera vamos a sobrevivir a la radiactividad expandida por el efecto de los reactores nucleares. Ocho millones de seres humanos todavía sufren las consecuencias de la tragedia atómica de Chernobil.

Durante su visita a la Argentina, conversé largamente sobre estos temas con el presidente de la ex Unión Soviética, Mijail Gorvachoy, ya que los científicos de su país arrojaron los «corazones» de una gran cantidad de reactores al mar Báltico, ¿acaso pensaban apagarlos? Entre estos desechos se encuentran productos temibles como el plutonio, siniestra referencia a Plutón, dios griego del infierno. Desconocemos lo que en verdad han hecho, por su parte, los países más desarrollados, pero es alarmante la indiferencia con que han respondido a los reclamos de destacados organismos ecologistas, como Greenpeace. Parece no contar que estamos al borde de la destrucción física del planeta, tal es el individualismo y la codicia.

A pesar del alto riesgo que significan los productos radiactivos, su almacenamiento sigue constituyendo un inestimable agente de control. Los países más desvalidos, como la India, o se proclaman orgullosamente como nueva potencia nuclear, o corren el riesgo de ser vendidos como basureros atómicos. Algo que en reiteradas oportunidades estuvo a punto de sucederle a nuestro país.

Otro peligro para tener en cuenta es el agujero de ozono, ¡agujero que ya tiene el tamaño del continente africano! Además del recalentamiento del planeta, consecuencia de la emisión de gases industriales y del efecto «invernadero», está en peligro el futuro de los países insulares debido al crecimiento del nivel de los ríos y mares. Sin olvidar las especies en extinción: se calcula que setenta especies desaparecen por día.
En la antigüedad, según Berdiaev, el proyecto del universo humano era también tarea de fuerzas divinas. Desacralizada la existencia y aplastados los grandes principios éticos y religiosos de todos los tiempos, la ciencia pretende convertir los laboratorios en vientres artificiales. ¿Se puede pensar algo más infernal que la clonación? ¿Podemos seguir día a día cumpliendo con tareas de tiempos de paz, cuando a nuestras espaldas se está fabricando la vida artificialmente?

Nada queda por ser respetado.

A pesar de las atrocidades ya a la vista, el hombre avanza perforando los últimos intersticios donde se genera la vida. Con grandes titulares se nos informa que la clonación es ya un éxito. Y nosotros, todos los hombres del planeta que no queremos esta profanación última de la naturaleza, ¿qué podemos hacer frente a la inmoralidad de quienes nos someten?

La humanidad ha recibido una naturaleza donde cada elemento es único y diferente. únicas y diferentes son todas las nubes que hemos contemplado en la vida, las manos de los hombres y la forma y el tamaño de las hojas, los ríos, los vientos y los animales. Ningún animal fue idéntico a otro. Todo hombre fue misteriosa y sagradamente único.

Ahora, el hombre está al borde de convertirse en un clon por encargo: ojos celestes, simpático, emprendedor, insensible al dolor o trágicamente, preparado para esclavo. Engranajes de una máquina, factores de un sistema, ¡qué lejos, Hölderlin, de cuando los hombres se sentían hijos de los Dioses!
Los jóvenes lo sufren: ya no quieren tener hijos. No cabe escepticismo mayor.
Así como los animales en cautiverio, nuestras jóvenes generaciones no se arriesgan a ser padres. Tal es el estado del mundo que les estamos entregando.

La anorexia, la bulimia, la drogadicción y la violencia son otros de los signos de este tiempo de angustia ante el desprecio por la vida de quienes nos mandan.

¿Cómo podríamos explicarles a nuestros abuelos que hemos llevado la vida a tal situación que muchos de los jóvenes se dejan morir porque no comen o vomitan los alimentos? Por falta de ganas de vivir o por cumplir con el mandato que nos inculca la televisión: la flacura histérica.

Cientos de miles de jóvenes son drogadictos. Andan como bandas por las plazas del mundo.

Todo hace pensar que la Tierra va en camino de transformarse en un desierto superpoblado. No es casual que en una de las últimas Cumbres Ecológicas se hayan previsto guerras, en un futuro no muy lejano, para la obtención de agua potable.

Este paisaje fúnebre y desafortunado es obra de esa clase de gente que se ha reído de los pobres diablos que desde hace tantos años lo veníamos advirtiendo, aduciendo que eran fábulas típicas de escritores, de poetas fantasiosos.

Según esa inversión semántica que traen las lenguas, el epíteto de realistas señala a individuos que se caracterizan por destruir todo género de realidad, desde la más candorosa naturaleza, hasta el alma de hombres y de niños.

Si bien los optimistas impertérritos arguyen que la humanidad ha sabido siempre sobreponerse a los bárbaros acontecimientos, de ninguna manera estamos en condiciones de poder confiar en esta clase de sofismas. En primer lugar, porque hay civilizaciones enteras que jamás se recuperaron, y en segundo, porque atravesamos una crisis total y planetaria.

Ya hace unos años, la capacidad destructiva del mundo era cinco mil veces superior a la que había en la época de la Segunda Guerra Mundial, el poder de las bombas atómicas en reserva superaba un millón de veces a la bomba que destrozó Hiroshima.

Un chiquito muere de hambre cada dos segundos. Lo criminal es que con el medio por ciento del gasto de armamentos se podría resolver el problema alimentario de todo el mundo. Nada hace pensar que estas cifras estén variando para mejor. Son tiempos en que el hombre y su poder sólo parecen capaces de reincidir en el mal. Hemos puesto en funcionamiento potencias destructoras de tal magnitud que su paso, como señaló Burckhardt, puede llegar a impedir el crecimiento de la hierba para siempre.

2 oct 2010

It might get loud




Tres guitarristas virtuosos nos cuentan su historia, sus bandas, y su forma de relacionarse con la guitarra eléctrica. Jack White, The Edge y Jimmy Page se reunen a tocar y conversar una tarde de cómo ese instrumento les cambió para siempre la vida.

La canción favorita de Jack White

Natsume Soseki - Botchan



Copiado de acá

Tremendamente hilarante, “Botchan” es una novela que uno puede recomendar a cualquier lector, seguro de acertar. Es una lectura sencilla, muy divertida, pero que oculta una reflexión sobre la hipocresía, la envidia y las extrañas relaciones que entablamos los adultos. Con todos esos ingredientes, no es de extrañar que la obra de Natsume Sōseki lleve un siglo entre las novelas modernas más leídas de Japón.

Botchan es un joven que, recién terminados sus estudios, se traslada desde Tokyo a una pequeña población de la isla de Shikoku para trabajar como profesor de matemáticas. Del carácter impetuoso, y hasta temerario, de Botchan, sabemos por las jocosas historias de su niñez con las que se abre el relato. Ahora bien, entre las travesuras se perfilan también otros rasgos de su temperamento: el cariño hacia la vieja criada que le ha colmado de atenciones, el sentimiento de haber perdido el cariño de sus padres por culpa de sus trastadas y, derivado de esto último, un sentimiento de independencia, en cuanto persona en cierta manera desarraigada.

Botchan es un ser inseguro y de ahí que, a su llegada a Matsuyama, tache inmediatamente a todos sus habitantes de pueblerinos. La vida en la pequeña localidad le parece aburrida y, temiendo no estar a la altura de lo que se pueda esperar de él, se engatusa a sí mismo con la idea de la dimisión: la puerta está abierta, parece decirse, para marcharse en cuanto lo desee.

Y es que, en cuanto Botchan comienza sus clases en el instituto se da cuenta de que la vida en la pequeña comunidad escolar no le va a resultar fácil. Los alumnos le convierten en el blanco de sus burlas, y las relaciones entre los profesores están marcadas por la falsedad. Pero a nuestro héroe no le importa tanto no encajar como la falta de honorabilidad que presencia a su alrededor: los alumnos no afrontan las consecuencias de sus actos y dan mil rodeos para aparecer inocentes de sus travesuras. Por su parte, los profesores forman una sociedad donde las alianzas basadas en un doble juego hipócrita están a la orden del día.

Botchan siente que su código de honor, demasiado idealista, choca frontalmente con los tejemanejes de profesores y alumnos. Por desgracia, a su inexperiencia se une su dificultad para expresar de forma adecuada su disconformidad con la manera poco honesta de actuar de quienes le rodean. Así las cosas, su única manera de dejar clara su postura es amenazar una y otra vez con su dimisión, lo que provoca la hilaridad general.

Sorprende de Botchan su inocencia, a pesar de ser un joven de veintitrés años que debiera estar ya algo más fogueado; y es esa candidez precisamente lo que lo desmarca, a mi juicio, de las comparaciones que entre su personaje y el archifamoso Holden Caulfield de “El guardián entre el centeno” se han establecido. Botchan preserva su candor a fuerza de testarudez, pues a pesar de las evidencias de que con su actitud no logrará nada en la vida, se niega a dar su brazo a torcer y persevera en mantener su código vital izado como una bandera que nadie le obligará a arriar. En ese sentido es posible que Caulfield, llegado a la edad de Botchan, tuviera ya algo más de picardía para lidiar con su entorno.

Pero el personaje de Botchan logra la simpatía del lector no tanto por su rectitud como por la forma en que éste lo siente humano. Para ello, Sōseki le hace no sólo revoltoso e impetuoso, sino también glotón, algo gandul y hasta un poco mezquino, como cuando recién llegado a la escuela se dedica a poner motes a todos los profesores, y así se referirá a ellos durante toda la obra, sean amigos o enemigos.

A pesar de lo loable de su actitud, Botchan está condenado al fracaso. Aunque la novela termina con una aparente victoria, entendemos que realmente ha perdido en su lucha contra la terca realidad de la vida y que allá donde vaya, estará siempre condenado a arrastrar su ingenuidad, preservándola con terquedad y sacrificando por ella lo que sea necesario.

Muy recomendable “Botchan”, porque además de presentarnos un personaje entrañable, logra hacer reír a carcajadas.

Párrafos

«Botchan» significa en japonés algo así como «niño mimado», y es el «niño mimado» del título el que nos cuenta su vida en primera persona. 


Preguntado alguna vez por qué había aceptado un destino tan remoto (corrían rumores que lo había hecho por un desengaño amoroso), respondió que lo hizo por afán de renuncia. Por abandono del yo, podríamos interpretar. Y eso sí que es botchiano. Aunque esta rebelión contra el yo forma parte de la cultura japonesa desde antiguo.
En la tradición filosófica, religiosa y estética japonesa encontramos esta tendencia por doquier. El budismo zen, mediante los koan, la meditación sentada, la repetición de fórmulas, el humor, y en último extremo la violencia física (conviene recordar la escena final de Botchan con los golpes y los huevos propinados a Camisarroja y al Bufón) aspira a vaciar la mente, a abandonar el yo. Si prestamos atención a los principios estéticos japoneses (esa clase de duende y ángel que Lorca aplicó aquí con una curiosa similitud a métodos nipones), vemos que el iki o sui se define por ser el arte de vivir con elegancia pero con sobriedad y renuncia; por el abandono de la transcendencia; por ser cultura sin solemnidad; por abrazar el momento y la impulsividad; por la exclusión de la trascendencia; por la aceptación de la duda y la imperfección; por la no separación de placer y dolor. El iki define la elegancia personal; es algo así como el dandismo japonés, con principios más codificados en la cerámica, el dibujo, la arquitectura y el arte en general. En este sentido, Botchan es un dandy japonés. Es alguien no elegante, pero de vida elegante, simplemente porque en todo momento intenta ser él. Si lo logra o no es otra cosa, pero no hay otro principio que regule su horizonte y ese es su valor y su ejemplo. Bajo esta luz, no es extraño que, a pesar de unas características que a nosotros occidentales nos lo convierten en una especie de Forrest Gump, para un joven japonés Botchan siga siendo un modelo personal de algo mejor, un igual incorruptible, un compañero siempre sincero que nunca lo traicionará. Un dandy de la vida moderna e industrial. Alguien que al final pierde y huye, pero sin alterar ni un ápice su integridad.


La novela expresa las contradicciones del individualismo, que son las propias contradicciones culturales y personales de Sōseki: «La gente de hoy», afirma el protagonista, «nacida bajo el signo de la libertad, la independencia y la autoestima, debe, en justa compensación, saborear siempre la soledad.» Hemos de tener en cuenta que por mucho que el emperador se hubiera empeñado en abrir el país a occidente y a las nuevas ideas, la mentalidad japonesa oficial seguía defendiendo por encima de todo la obediencia a la autoridad y la supresión de las tendencias individuales en aras del bien común de la patria. Es la mentalidad que daría origen al militarismo férreo que conduciría a la Segunda Guerra Mundial. El individualismo de Sōseki era visto, en este contexto, como una actitud sospechosa, o quizá peligrosa. 



El tempura es una forma japonesa de fritura de verduras y mariscos o pescados de origen ibérico, seguramente portugués. Se lleva a cabo con un rebozo de huevo y harina. La palabra tiene su origen en la expresión latina tempora ad quadragesimae (los tiempos de la cuaresma).

Sueño

 Han pasado años, 8 quizás, y nunca te soñé. Y ahora, semana tras semana, te sueño. Son sueños de un pasado que nunca sucedió, de un present...